Los regalos. ¡Qué bonita cosa! Ilusión, sorpresa, alegría, expectación, felicidad, sonrisas… Seguramente todos asociamos los regalos a cosas positivas, pero… ¿Realmente todo es tan bonito como parece? Especialmente en esta época del año, los regalos muestran su cara más cruel. ¡Sí, sí! Que no os sorprenda esto porque estoy segura de que más de uno ha sufrido por ellos. Os resultarán familiares frases como: “¡Ostras! Mira qué día es y todavía me falta comprar los regalos de XXX” o “¿¿¿Qué??? ¿¿¿Que este juguete está agotado en las 10 tiendas que he ido???” o “¡¡¡Tengo que coger el último juguete antes que esa señora!!!”… Y como estas frases, muchas más que se os deben estar pasando por la cabeza. Como vemos, los regalos también nos provocan ira, estrés, tristeza, frustración… Pero no nos engañemos, lo que provoca estas emociones negativas no son los regalos en sí, sino la “obligación de hacer un regalo” que, para mí, es algo que se aleja del concepto real de regalo. Así pues, para mí, un regalo de verdad es aquél que uno hace porque le apetece, porque se le ha ocurrido una idea y quiere materializarla en forma de regalo, porque (al ver alguna cosa en un escaparate) cree que regalando eso hará feliz a una persona, el preparar un plan fuera de lo cotidiano, etc. ¡Esto es la esencia del regalo! El factor sorpresa, algo especial elegido sin el más mínimo estrés, el hecho de regalar por placer y no por obligación. Y no penséis sólo en cosas materiales ya que, los mejores regalos, suelen ser los que menos valor económico tienen.
Reflexionad sobre ello. Regalad cuando os salga de dentro hacerlo aunque no tengáis un motivo concreto. Eso sí, tampoco os vayáis al otro extremo y os volváis rancios ¿eh? Deciros que todo lo que he dicho queda anulado en Navidad (si tenéis niños pequeños), ya que lo primero es la ilusión de los niños. Dicho esto, preparad infusiones relajantes, coged vuestras tarjetas de crédito y (sólo si es necesario) ¡los guantes de boxeo!